Estar con ella me hace
sentir muy especial sinceramente. Nunca me ha pasado algo parecido, nunca he
sentido que alguien este verdaderamente pensando en mí la mayoría del tiempo, y
al mismo tiempo nunca nadie me ha llamado tanto la atención como ella. Soy una
persona de gustos rebuscados y de confianza maltratada. Mis preferencias son
cambiantes. No me gustan las cosas por un tiempo prolongado, sin embargo, la
personalidad de ella me atrapa día a día, como si fuese un yacimiento de
petróleo, pero en este caso no sería un recurso no renovable. O eso es lo que
pienso yo.
Algunos dicen que para amar hay
que odiar, y que para experimentar un sentimiento definitivamente hay que
sufrir el sentimiento opuesto. ¿Qué pasaría si les cuento que todo lo bueno de
los momentos con ella tienen como contrapartida momentos de sufrimiento
permanente? ¿Que prefieren? ¿Estar siempre en estados grises donde las
sensaciones no son netamente puras? Es decir, uno ama, pero no tanto, uno sufre,
pero no tanto o ¿Prefieren disfrutar al máximo y disfrutar y sufrir los
momentos como si no hubiese segundas chances, como si cada uno de ellos fuesen
determinantes?
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Para aquel día de San Valentín
había planeado todo con mucha cautela. Había elegido con antelación la ropa que
iba a usar, el perfume, los zapatos. Tres semanas antes de esta fecha tan especial
había reservado una mesa para dos personas en el restaurante más lujoso de
Palermo. Dicho restaurante brinda sus servicios hoy en día y pertenece a la
familia de los llamados “restaurantes escondidos”. La particularidad de este es
que se encuentra en el sótano de una florería, la cual da a la calle. Una vez
que uno esta en el interior de la florería debe acercarse al sector de las
azucenas y allí, al sentir el bello aroma de las mismas, se abre una puerta que
da al restaurante. El interior es de Época, con cuadros de los mejores artistas
de los siglos pasados. Algunos llegaron a decir que los verdaderos cuadros no
se encuentran en los museos, sino allí en el restaurante.
Se levantó bien temprano, una
hora mas temprano de lo común. Se bañó, se afeitó, se hizo un peinado con una
cera alemana especial que compro en la peluquería que usualmente visitaba, y se
preparó un rico desayuno. Le mando un mensaje a su pareja deseándole el mejor
día de los enamorados y le dijo de ir al restaurante que usualmente iban en San
Telmo. De esta manera sería una sorpresa
lo del restaurante en Palermo. Ella le contesto de la misma manera y le expreso
sus deseos de estar con el en ese mismo momento. Esta muestra de cariño le dio
más alegría de la que tenía. Al llegar a la oficina, se sentó en su escritorio
y se coloco los auriculares en sus oídos. No quería interactuar con nadie, no
quería que nadie pudiese cambiar el humor que tenía. Solo quería que llegara la
hora de ver a su enamorada y disfrutar de la noche. Pero, lamentablemente para
este enamorado, al mediodía recibió un requerimiento del jefe del jefe de su
jefe. Del cual nunca había escuchado ni una sola palabra. Este le había pedido
un reporte para mandarles a la sucursal en Angola. El reporte debería estar listo
para el final del día si o sí. Al momento de recibir el pedido pensó que no
sería difícil realizar aquel deporte, pero a medida que pasaban las horas se
dio cuenta de que si no aceleraba la recopilación de información se tendría que
quedar varias horas después del horario normal. Así y todo, en el momento en
que todos sus compañeros se levantaron para culminar su día laboral, todavía le
faltaba la mitad del trabajo. Le envío un mensaje a su pareja y se quedó
algunos segundos con los ojos perdidos.
Tristemente agacho su cabeza y con un suspiro profundo se dio ánimos
para motivarse y así terminar el reporte lo antes posible.
Eran las 8 p.m. y no había nadie en el edificio. Al salir
estaba el personal de seguridad mirando una serie que en su momento estaba de
moda. La reserva para el restaurante era a las 9:30 p.m. y como era muy
demandado, solo se aceptaba una demora de 10 minutos. De no llegar a tiempo,
perderían la reserva. Si bien su novia había comprendido la postergación de la
cita, él había presentido que algo estaba mal. Corriendo por la calle se
dispuso a llegar al tren de las 8:20 p.m. Sin embargo, al llegar a la estación,
le dijeron que la misma estaba clausurada ya que estaban refaccionando por las
noches. Las agujas de su reloj marcaban las 8.24 p.m. pero su celular decía
8:26 p.m. Su única esperanza era tomar un colectivo que iba para la casa de su
novia y rogar que no le tocase el chofer que manejaba como si estuviese en un
país de primer mundo. El gordo cacho, que le pesaban hasta los parpados. No
arrancaba la marcha del vehículo hasta que todos estaban sentados, y abría la
puerta después de 10 segundos de parado el colectivo.
A media cuadra de la parada vio
que el colectivo estaba por llegar y se encontraba esperando luz verde para
pasar el semáforo. Cuando vio en su interior, vio que el gordo Cacho estaba al
volante, -por lo menos voy a alcanzarlo – pensó para sus adentros. Redujo el
paso, aunque para su sorpresa, al momento de arrancar, el gordo cacho piso el acelerador
de tal forma que parecía que estuviese compitiendo en una carrera. Cuando se
percató que en la parada no había personas con la intención de tomar ese
colectivo, comenzó a correr como si estuviese corriendo por su vida. Al ver que
no llegaba, comenzó a gritar: - ¡CACHO¡, ¡¡CACHOOOO!!- pero no alcanzo. Cacho
se fue tan rápido como nunca se lo había visto en toda su carrera como chofer
de colectivo. Aquella misma noche, chocaría contra un local de preservativos
hiriendo solo a una persona, el mismo.
Todo estaba perdido, se sentía
tan avergonzado que no encontraba palabras para explicarle a su prometida que
no llegaría. Estaba transpirado, despeinado y desprolijo. Tenía la cara
demacrada por todo el trabajo que había realizado durante el día y apenas podía
pensar a causa del dolor de cabeza producido por el estrés. La impotencia lo
abrazo y lo acobijo y sin saber cómo reaccionar, solo encontró solución en un
contenedor de residuos. Con todo su odio, golpeó con todas sus fuerzas el
depósito de basura de una patada, por desgracia adentro estaba durmiendo un
indigente. El mismo salió del contenedor con un palo de madera en la mano, lo
miro a la cara y le dijo: ¡Feliz San Valentín Cariño!