TELEFONO PUBLICO EN LA WEB

sábado, 26 de diciembre de 2015

Edén


                Estoy en el paraíso, el sol cae por el fondo de lo que mis ojos alcanzan a ver. Hay árboles tan altos, que parecen rascacielos. Las casas parecen que pertenecen a un cuadro de los grandes renacentistas, las ventanas son de gran tamaño, y dejan ver la felicidad de las personas que las albergan. Sus colores son de otoño, y demuestran la tranquilidad del contexto. El pasto posee un color tan intenso que solo le falta un cartel que diga “recién pintado”. Un pequeño lago recorre el interior de todo el pueblo, sus orillas están cubiertas por rocas tan naturales como el agua del rio. Siempre pensé que el poder verse reflejado en el agua era de película pero ahora me contradigo. Por este rio corre el agua más potable, cristalina y natural que he conocido.

                Todo es tan tranquilo, solo se escucha el canto de los miles de pájaros que se posan en las copas de los miles de árboles., cantando cada dos segundos, como si no les hiciera falta inhalar un poco de oxígeno. Encima, los árboles son tan altos que  uno no les puede alcanzar con una roca del río.  Ahh! Es tan tranquilo, parece un pueblo fantasma, nadie hace nada. Mi primo se encuentra sentado en su silla hace dos horas, mirando un punto fijo, con una mueca de felicidad en su rostro. Estoy casi seguro que esta drogado, pero no sé si debería preguntarle. Pero es que nadie en estado sobrio podría soportar  el rechinar de la silla en la cual está.  Se mece para adelante, y se mece para atrás, como si no escuchará ese ruido espantoso que hace. Mis tíos y otros primos se fueron a dormir la siesta, HACE CUATRO HORAS!

                No puedo soportarlo más, y es que estoy enamorado de la ciudad, necesito ruido, gente apurada a la cual no le importo, pisándose entre ellos, esquivándose al borde de golpearse de frente. Necesito taxis, colectivos, vendedores ambulantes, sé que siempre digo que odio todo eso, pero es mentira. Amo odiar todo eso. Esto es irreal, hace dos horas que estoy viendo lo mismo, y no hay nada para hacer, estoy pensando en empezar a golpearme mi rostro sin parar, sé que nadie se va a dar cuenta, mi primo esta drogado.

                Mi gran preocupación es lo que viene, voy a quedarme un mes entero aquí y no lo voy a soportar. ¿Qué desde cuando estoy? Llegué hoy a la mañana.

                Después de meditarlo varios minutos, llegue a la conclusión del suicidio. Pero hasta suicidarse aquí es imposible, para comprar una cuerda hay que ir al centro a ocho horas por la carretera que bordea ese lago odioso que no deja construir caminos más directos.

                He decidido hacer lo único que puedo hacer:

                -Ey primo, me das de lo que te estas metiendo.

                - Claro, aquí tienes.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Buenas peliculas


Cuando sabemos el final de una película, es bastante difícil que la trama nos siga llamando la atención. Y es que la mayoría piensa que el final es lo mejor de la película, o por lo menos lo que más importa. Sin embargo, hay películas que por más que pasen los años, por más que sepamos el final de antemano, las podemos ver varias veces. ¿Por qué sucede esto? Seguramente es porque el contenido es tan bueno, que lo que menos importa es como termine. Es más, daríamos lo que fuese para que no terminara más. Disfrutamos viendo cada uno de las escenas, escuchando  cada uno de los diálogos.

                Ahora, si llevamos esto a la vida de los seres humanos, todos sabemos cuál es el final de nuestras películas. Es la muerte. Entonces, si sabemos el final, esto no quiere decir que tengamos que ser de esas que por saber de antemano como culmina, pierda el atractivo. Todo lo contrario, es nuestro deber y obligación convertir nuestras vidas, hacer de nutro contenido uno tan bueno que no importa que el final se conozca. De esta manera, transcenderemos, como aquellas buenos films, aquellos, que vamos a ver miles de veces, y hasta que por ahí compremos porque pensamos que nos pertenecen, que forman parte de nosotros.

                So….¿Cuál es tu drama?  

Indio de Bombay


            Hace mil años fui un indio en Bombay. No me acuerdo bien ya que los años le juegan a uno una mala pasada, pero me sentía cómodo con el taparrabo. Y es que por ese tiempo no teníamos vergüenza de nuestro físico. Todos los indios que allí habitan, incluyéndome a mí, éramos de una contextura delgada, algunos eran tan delgados que no hablaban, no se movían, y hasta no respiraban.

                Oh! Que buenos tiempos aquellos! Me acuerdo de ir corriendo descalzo por donde me placía, pues ahora solo puedo estar descalzo en la ducha, pero siempre y cuando tenga a ese par de pececitos que no me dejan resbalar y dejar mi cabeza como una manzana asada. Los zapatos solo me duran seis meses, y cada vez están más caros. Si se rompen tan fácilmente, ¿Cómo pueden subir el precio? Y es que hasta las mejores marcas tienen que tener un límite. El otro día, al bajar del subte en hora pico, con todos esas personas apuradas, que parecen vacas de mataderos corriendo por todos lados, sufrí un pizotón de una señora morruda que iba con más bolas que extremidades de un cuerpo humano, y solo por eso se ha roto la suela. Entiendo que la señora tenía el mismo peso del que soporta un solo ascensor, pero es que no puedo estar cuidando los zapatos como si fuera mi celular.

                ¿Por dónde estaba? Ah sí! Que lindos momentos!, y eso que mi memoria falla, pero hace mil años yo era un indio en Bombay, y era respetado. Tenía mi poderosa lanza con la cual mataba todo animal que se me cruzara por delante. Si pasaba una cebra, la aniquilaba. Si pasaba un rinoceronte, lo aniquilaba. Si pasaba un león, lo aniquilaba. Si pasaba un político, lo aniquilaba…

                Ahora es todo tan diferente, me encuentro adiestrado por mi vecina de cincuenta y cuatro años. Grita todo el tiempo, como si todo el edificio estuviera conspirando contra ella, que el del quinto esto, que el del sexto lo otro. Que le quitan el dinero, que antes era una persona exitosa. El inconveniente es que vive sola, y nadie le dice nada. ¿Por qué demonios grita? Como si fuera poco, cada vez que me propongo elevar el volumen de mi equipo de música un poco, me golpea a la puerta antes de que la primera canción llegue al estribillo, maldita pitonisa!. Me dice insolente, y que va a llamar a la policía y me va a desalojar. Vivo con auriculares y en mi propia casa L

                Todo esto es inaudito, y es que era muy diferente diez centenares de años antes, allí en Bombay. ¿Qué dónde queda Bombay?...mmm no me acuerdo, es que los años le juegan a uno una mala pasada.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El último genio


                 “Llovía. No podía haber sido de otra manera, y es que a él le encanta la lluvia. La primera vez que lo vi llovía. Con el pelo aún mojado y los zapatos calados se produjo el maravilloso ritual en vías de extinción, las luces de la sala que se apagan, las conversaciones que se convierten primero en murmullos y luego en silencio, la gran pantalla que se ilumina, y la música de fanfarrias que anuncian que la película va a empezar. La magia del cine.

                Recuerdo que las butacas estaban tapizadas en verde. Eran grandes, cómodas, con suficiente distancia entre las filas para poder estirar las piernas. Amplios pasillos a los lados y un generoso hall de entrada capaz de acoger a cientos de espectadores. El cine tenía un nombre a la medida de su grandiosidad, el Palladium, una sala de esas que entonces se denominaban de arte y ensayo, lo que traducido al lenguaje de los que amábamos el cine significaba que allí se exhibían buenas películas.

                Sonó un solo de viento desgarrador, Rhapsody in blue, de Gershwin, y en la enorme pantalla que ocupaba la pared de lado a lado apreció la imagen en blanco y negro de una ciudad fotografiada con exquisita belleza, y una voz en off que decía que adraba la ciudad de Nueva York, Mahattan, esa era la película, y esa fue la primera vez que lo vi. Un tipo delgaducho, con grandes gafas de pasta, tímido y neurótico, pero con un talento y un sentido del humor tan extraordinarios que, al final, era él quien se llevaba a la chica. Y eso cuando eres un adolescente inseguro se convierte en un balón de oxígeno, o mejor aún, en una lección de vida, en la seguridad de que no todo está perdido, de que se puede triunfar con independencia de las cartas que te hayan tocado en el reparto, porque todo depende de lo inteligente que seas jugando esa mano.

Desde esa película, Manhattan, la imagen de Woody Allen y la de la ciudad de los rascacielos son inseparables, no se puede concebir en uno sin la otra. Cuando algunos años después pisé el suelo de Nueva York por primera vez, no pude evitar la sensación del regreso a casa, a un lugar en el que ya había estado y que conocía perfectamente gracias al cine, sentimiento o percepción que después he podido comprobar que comparto con mucha otra gente. Y, por supuesto, yo también adoraba a esa ciudad que me había cautivado desde que vi el póster de la película, un puente de hierro de color azulado y dos personas de espaldas a la cámara sentadas en un banco. Han pasado cuarenta años desde que se rodara ese plano mítico. Ese banco estaba en la calle Cincuenta y nueve y esquina con la Primera Avenida. Lo busco, pero ya no está. Ahora hay un pequeño parque infantil algo destartalado. El puente, además, no es azulado, sino ocre. Woody sonríe cuando se lo cuento:

                -No había banco, lo llevaron los de producción.

                La vida es más hermosa a través de los ojos de la cámara de mister Allen…”
 
Natalio Grueso

Steve Jobs - Lecciones de liderazgo "Distorsiona la realidad"

               La famosa y en ocasiones infame capacidad de Jobs para forzar a los demás a lograr lo imposible fue bautizada por sus compañeros como su <<campo de distorsión de la realidad>> a raíz de un episodio de Star Trek en que los alienígenas crean una realidad alternativa convincente con el poder de su mente. Uno de los primeros ejemplos fu cuando Jobs, mientras trabajaba en el turno noche de Atari, presionó a Steve Wozniac para que crease un videojuego llamado Breakout. Woz le advirtió de que iba a necesitar meses, pero Jobs se quedó mirándolo fijamente e insistió en que podía hacerlo en cuatro días. Woz sabía que aquello era imposible, pero acabó consiguiéndolo.
                Los que conocían a Jobs interpretaban lo del <<campo de distorsión de la realidad >> como un eufemismo con el que en realidad aludían a su presunto carácter intimidatorio y a sus mentiras. Sin embargo, los que trabajaban con él reconocían que aquel rasgo, por exasperante que pudiera ser, les permitía alcanzar metas extraordinarias. Como Jobs pensaba en las reglas habituales de la vida no iban con él, logró inspirar a su equipo para cambiar el curso de la historia de la informática con solo una fracción de los recursos con que contaban empresas como Xerox o IBM.
                <<Era una distorsión que se autoalimentaba- recordaba Debi Coleman, miembro del equipo original del Mac y ganadora de un premio por ser la empleada que mejor se enfrentaba a Jobs-. Lograbas hacer lo imposible porque no te dabas cuenta de que era imposible>>.
                Un día, Jobs entró en el cúbiculo de Larry Kenyon, el ingeniero que trabajaba en el sistema operativo de Macintosh, y su quejó de que aquello tardaba demasiado en arrancar. Kenyon comenzó a explicarle por qué era imposible reducir el tiempo de espera, pero Jobs lo cortó en seco. <<Si con ello pudieras salvarle la vida a una persona, ¿encontrarías la forma de reducir diez segundos el tiempo de arranque?>>, le pregunto. Kenyon reconoció que posiblemente podría. Jobs se dirigió a una pizarra y le mostró que, si había cinco millones de persona utilizando el Mac cada día, y tardaban diez segundos de más en encender el ordenador, aquello sumaba unos trescientos millones de horas anuales que la gente podría ahorrarse, lo que equivalía a salvar cien vidas cada año. Unas semanas más tarde, Kenyon había conseguido que la máquina arrancará veintiocho segundos más rápido.
                Cuando Jobs estaba diseñando el IPhone, decidió que quería que la cubierta fuera de un cristal duro y a prueba de arañazos en lugar de ser de plástico. Se reunió con Wendell Weeks, el director general de Corning, quien le explico que en los años sesenta su empresa había desarrollado un proceso de intercambio químico que los había llevado a crear los que ellos denominaban <<cristal gorila>>. Jobs dijo que quería realizar un pedido enorme de cristal gorila para dentro de seis meses. Weeks le replicó que Corning ya no producía aquel material y que no tenían la capacidad necesaria para hacerlo. <<No te preocupes por eso>>, respondió Jobs. Aquello sorprendió a Weeks, que no estaba acostumbrado al campo de distorsión de la realidad de Jobs. Trató de explicarle que una falsa confianza no lo ayudaría a superar los desafíos en materia de ingeniería, pero aquella era una premisa, que, como ya había demostrado en repetidas ocasiones, no estaba dispuesto a aceptar. Se quedó mirándole fijamente y sin pestañear. <<Si que puedes hacerlo – afirmó-. Hazte a la idea. Puedes hacerlo>>. Weeks recuerda que negó con la cabeza perplejo, y que después llamo a los gerentes de la fábrica de Corning en Harrodsburg, Kentucky, que estaban fabricando pantallas de cristal líquido, y les ordenó que se pusieran de inmediato a producir cristal gorila a tiempo completo. <<Lo hicimos en menos de seis meses- comento-. Pusimos a trabajar a nuestro mejores científicos e ingenieros y logramos llevarlo a cabo.>> Como consecuencia de esto, Corning fabrica en Estados Unidos los cristales de cada IPhone e IPad.
 
Extraído del libro "Steve Jobs - Lecciones de liderazgo" - Walter Isaacson

viernes, 11 de diciembre de 2015

Crónicas de un final anunciado


                 Agua comprimida en pequeñas cantidades forma cuerpos diminutos que se dejan caer sobre el cemento cálido de un terreno de alguna ciudad de algún país de algún planeta. Mojan el suelo y lo dejan secar para volverlo a mojar, haciendo doler a aquellos que transitan por aquel cemento bajo la luz de una estrella, la más conocida.

                En realidad estoy mintiendo, no sé si eso está ocurriendo. Estoy bajo tierra, en una línea de subte, situado en un tren dentro de un vagón sentado en un asiento pegado al comienzo del andén, lo que sería el final de la calle por la cual circulan vehículos por encima de mí. Si, un camión me paso por encima. Lo curioso es que no sé dónde estoy, ni hace cuanto que el subte está parado en esta estación. Veo cantidad de gente caminar por afuera del vagón. Algunos con la camisa semiabierta, otros con la camisa abierta, otros con traje con corbata, otros sin esta.  Chicas con polleras hasta el tobillo, otras con polleras cortas. Algunas están muy abrigadas, otras parecen estar en la playa. Algunos con lentes de sol, y otros con lentes de leer pero que no están leyendo. Otros con lentes de contacto que están leyendo. Algunos leen novelas, otros biografías, otros apuntes de la facultad, algunas libros de autoayuda. Los viajeros diarios leen el diario. Padres que les dan a sus hijos la parte de deportes cuyas páginas podrían cubrir a estos últimos. Pero es verano, no hay que cubrirse. 

                Pero de repente no hay nadie, y si los hay no los noto. Solo a ese anciano de apariencia excéntrica, con más pelos arriba del labio inferior que en el tope de su cuerpo, ahí en la cabeza. Tiene un poco de cabellos por encimas de su oreja derecha, y por encima de su oreja izquierda. Pero no coincide con el color de los “mostachos” ¿Será una peluca? Pero porque cubrir solo por encima de las orejas. Seguro que son nuevos audífonos para escuchar mejor. Tiene una campera de jean de los 80, y una remera de un color no descifrable. Su nariz sobresale más de su cara que otras facciones del cuerpo, las cuales están levemente desnutridas. Su frente tiene apariencia de concentrar la mayor parte del peso total, y sus brazos serían imperceptibles si no estarían pegados al cuerpo. Al darse cuenta que lo estoy observando, se levanta y se dirige hacia mí, y me dice: -¿Qué te pensas? Que yo voy a permitir que me vengas a mirar de esa manera, luego de que tuve que soportar como caía agua comprimida en pequeñas cantidades que forma cuerpos diminutos que se dejan caer sobre el cemento cálido de un terreno de alguna ciudad de algún país de algún planeta. Pues claro que no, estoy acá bajo tierra, en una línea de subte, situado en un tren dentro de un vagón sentado en un asiento pegado al comienzo del andén, lo que sería el final de la calle por la cual circulan vehículos por encima de mí. Si, un camión me paso por encima!

Levanta  uno de los brazos, pero no logro verlo. Me golpea.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Steve Jobs - Lecciones de liderazgo "No dejes que los focus group te esclavicen"


No dejes que los focus group te esclavicen

                “La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas”

                Cuando Jobs se llevó de retiro al equipo del primer Macintosh, uno de los miembros preguntó si debían realizar algún estudio de mercado para averiguar qué requerían los clientes. <<No – respondió Jobs-, porque la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas.>> Entonces recordó la cita de Henry Ford: <<Si les hubiera preguntado a los clientes qué querían. Me habrían contestado: “¡Un caballo más rápido!>>.

                Preocuparse por lo que los clientes quieren es muy diferente de preguntarles constantemente qué es lo que desean; es algo que requiere intuición e instinto acerca de unos deseos que todavía no han cobrado forma. <<Nuestra tarea es leer cosas que todavía no están en la página>>, explica Jobs. En lugar de basarse en los estudios de mercado, afilaba su particular versión de la empatía: una intuición acerca de los deseos de sus clientes. Empezó a valorar la intuición (una serie de sensaciones basadas en la sabiduría acumulada a través de la experiencia) mientras estudiaba budismo en la India tras dejar los estudios en la universidad. <<En la India, la gente del campo no utilizaba su inteligencia como nosotros, sino que emplean su intuición – recordaba-. La intuición es algo muy poderoso, en mi opinión más que el intelecto.>>

                En ocasiones, esto quería decir que Jobs utilizaba grupos de discusión integrados por una única persona: él mismo. Creaba los productos que él y sus amigos querrían. Por ejemplo, en el año 2000 había muchos reproductores portátiles de música en el mercado, pero Jobs pensaba que todos eran un asco, y como fanático de la música que era, quería un dispositivo sencillo que le permitiera llevar mil canciones en el bolsillo. <<Creamos el IPod para nosotros mismo – comento-, y cuando estas fabricando algo para ti mismo, o para tu mejor amigo o para tu familia, no te conformas con cualquier chapuza>>.
Extraído del libro "Steve Jobs - Lecciones de liderazgo" - Walter Isaacson

lunes, 7 de diciembre de 2015

Steve Jobs - Lecciones de liderazgo "Piensa en los productos antes que en los beneficios"

 
 

“céntrate en crear un gran producto y los beneficios llegarán”

Cuando Jobs diseño el primer Macintosh junto con su pequeño equipo a principios de la década de los ochenta, su determinación era lograr algo <<absurdamente genial>>. Nunca habló de cómo maximizar sus beneficios o del equilibrio entre costes y ganancias. << No se preocupen por el precio, limítense a especificar las capacidades del ordenador>>, le pidió al jefe del equipo. En su primer retiro con el equipo del Macintosh, lo primero que hizo fue escribir una frase en la pizarra: <<No se conformen>>. La máquina resultante era demasiado cara y acabó contándole a Jobs la destitución de Apple. Pero el Macintosh también logró << dejar una marca en el universo>>, como el solía decir, al acelerar la revolución informática. Y a la larga consiguió alcanzar un equilibrio: <<Céntrate en crear un gran producto y los beneficios llegarán>>.
                John Sculley, que dirigió Apple entre 1983 y 1993, era un ejecutivo de publicidad y ventas de Pepsi. Tras la partida de Jobs, se centró más en como maximizar los beneficios que en el diseño del producto, y Apple fue decayendo poco a poco. <<Yo tengo mi propia teoría sobre por qué las empresas se vienen abajo – me contó Jobs-. Crean algunos productos fantásticos, pero entonces la gente de los departamentos de ventas y publicidad se adueña de la compañía, porque son ellos los que pueden aumentar los beneficios. Cuando los chicos de ventas dirigen la compañía, los de operaciones dejan de tener tanta importancia, y muchos de ellos desconectan. Es lo que le pasó a Apple cuando entro Sculley, algo que fue culpa mía, y también ocurrió cuando Ballmer se puso al frente de Microsoft.>>
                Cuando Jobs regresó, hizo que Apple se centrara de nuevo en la creación de productos innovadores: el IMac, el PowerBook y, después, el IPod, el IPhone y el IPad. Según explicó él mismo: <<Mi pasión siempre fue construir una empresa duradera en la que la gente se sintiera motivada para crear grandes productos. Todo los demás era secundario. Por supuesto, era fantástico obtener beneficios, porque eso es lo que te permite crear grandes productos. Pero la motivación eran los productos, no los beneficios. Sculley alteró esas prioridades y convirtió el dinero en la meta. Es una diferencia sutil, pero acaba por afectar a todos los campos: la gente a la que contratas, quién asciende y qué se discute en las reuniones.
Extraído del libro "Steve Jobs - Lecciones de liderazgo" - Walter Isaacson


domingo, 6 de diciembre de 2015

Apresión de domingo


Camino por simples calles de una ciudad a la cual no estoy acostumbrado. El ambiente es raro, y no me doy cuenta de que hay miles de millones de personas viviendo su vida, que a su vez, no se dan cuenta que conviven con miles de millones de personas. El clima es cálido y pegajoso, como si no hubiera vestimenta adecuada para el mismo. La humedad se hace sentir, y según normales lenguas, se hace cada vez más habitual que la brea sufra de una corta lluvia por lo menos una vez al día. Esto provoca que la  gente sufra más del ambiente húmedo. Sin duda, es una ciudad para visitar en invierno.
Visito un café para aprovechar el aire acondicionado, y decido leer mi libro de viaje: “como conocer una ciudad en tres días”. Pero al abrir la tapa e iniciar a leer la biografía del autor me doy cuenta de que esta en chino mandarín. Disfruto de un cappuccino, pero algo me dice que es una mala opción con respecto al calor agobiante que me espera en el exterior. 
Salgo a pesar de la infusión que he ingerido. Camino un par de cuadras, en las cuales no observo a ningún ser viviente alrededor. No me acuerdo de leer en  el folleto turístico que hubiera una ciudad fantasma,  por lo que continuo mi marcha. Después de resignarme y decidir volver al hotel donde me hospedo, se escucha las campanas de una iglesia ubicada justo en frente de mis  ojos. El sonido de cada campanada retumba de forma tal que puedo sentir como vibran los edificios ubicados a su alrededor. Lo más sorpresivo es ver a una escultura ubicada al pie de la iglesia, justo en frente de la entrada de esta. Es un jinete arriba de su caballo, rodeado de rejas. No se puede ver ninguna referencia, ni de cuál era el nombre del jinete, o a que hecho histórico hace mención. Sólo se lo puede ver ahí, enjaulado, con la vista fija en la campanas de  la iglesia, esperando que estas se hagan sonar ¿sabrá alguien porque? Según un hombre de la calle, que habla perfecto inglés, y se aprovecha de eso para pedir limosna a los turistas, el jinete es un antiguo guerrillero amigo de Juan Manuel de Rosas y que nadie supo su nombre hasta el  momento de su muerte. En tal momento, el jinete le confeso su nombre a un joven de unos diecisiete años, pero a este, con los nervios de la batalla, se le olvido por completo. En fin, el linyera irlandés me cuenta, que el jinete espera a cada campanada con la esperanza de poder liberarse de su postura estática y saltar esas rejas que tanto lo incomodan.  Me despido del linyera, logrando librarme de él, con unos billetes que he encontrado en el fondo de mi bolsillo, allí donde el cocodrilo no logra meter el hocico.
Sigo en mi camino, de vuelta a mi hotel. Cuando me encuentro con la feria más grandiosa que he visto. Me acerco a la entrada, y veo cientos de personas caminado entra las tiendas, como si una edad pasada se hiciera presente allí. La calle está llena de adoquines, molestos adoquines que les imposibilita caminar a las personas  que caminan encimas de estos. Pero sin duda, son esenciales para crear un ambiente ambiguo. Es que pareciera que están aplicados de manera incorrecta a propósito, para que queden desparejos. Y esa imperfección, los hace perfectos, uno apuntando para un lado, otro para la dirección contraria. Uno más sobresalido, otro más hundido, y el niño se va tambaleando descifrando que adoquín le permitirá no tropezar. Hay una versión que después alguien me conto, la cual dice que uno puede diferenciar a las personas que viven allí de las que no, viendo cómo se comportan. Aquellos que caminan si ningún inconveniente observando lo que venden en las tiendas y no el piso, son los que viven en esta ciudad. Aquellos, que si ven los artículos de las tiendas pero se tropiezan, o están más atentos al suelo que a lo que venden los ambulantes, son los visitantes.
Trato de no parecer un visitante, y hago todo lo posible para ver las artesanías de los vendedores y no al suelo. Voy a paso lento, tratando de pisar el adoquín correcto. Los vendedores son, en su mayoría, jóvenes. O por ahí el espíritu joven de algunos avanzados en edad no me deja ver sus verdaderos años. Venden pinturas, libros, miniaturas de personajes famosos del lugar. Algunos ofrecen servicios, bailes, cenas, paseos, fotos. A mí nadie me ofrece nada, por lo que me pone contento, ya que logro parecer del vecindario.  Observo todas clases de personas, jóvenes con pisada fuerte, cuyo mentón se encuentra por encima de los hombros y tienen sus vistas por las nubes, como también parejas que solo se centran en ellos dos y el mundo exterior hace de decorado. También hay familias, y pienso que estos son los que mas disfrutan. Los niños se distraen viendo muñecos coloridos, gente disfrazada, cantantes, bailarines,  ruido, bullicio, mientras que los padres pueden apreciar de las vista mientras ven de vez en cuando las travesuras de sus hijos.   Hay gente de muy poca altura con sus ojos muy cerrados, donde el párpado de arriba está muy cerca al de abajo, y hablan un idioma bastante ajeno, difícil de descifrar.
El sol va perdiendo sus fuerzas, y se ve cómo se arropa al final de una vista que es eterna, acompañado de comparsas, de músicos, de gente alegre, que no quiero que el momento acabe jamás, pero como todo momento sublime, no puede ser duradero. Los espacios vacíos se perciben cada vez más, y a medida que pasan los minutos, los únicos que quedan son algunos pasados de copas. Es raro, aquello que parecían de alma juvenil en la feria, una vez culminada esta, son borrachos sin fin en un paisaje al cual no corresponden. Llego al final de las tiendas y miro para atrás, la calle de adoquines se ha desvanecido, y una calle de brea soporta la humedad de una lluvia que no me ha mojado. Las tiendas se encuentran en la parte de atrás de camionetas y camiones, las familias, parejas y hombres con mentones paralelos al cuerpo están en sus hogares, y solo se puede ver a los borrachos disfrutando de sorbos infinitos. 

Steve Jobs - Lecciones de liderazgo "Cuando te quedes atrás, da un salto adelante"


Cuando te quedes atrás, da un salto adelante
 

                El distintivo de una empresa innovadora no es solo ser la primera en tener nuevas ideas, también es saber cómo dar un salto al frente cuando se encuentra rezagada. Eso es lo que ocurrió cuando Jobs diseño el primer IMac. Se centró en lograr que fuera útil para manejar las fotografías y los videos del usuario, pero se quedó atrás a la hora de gestionar la música. Los usuarios de PC estaban descargando e intercambiando música para luego grabar sus propios discos en CD. La unidad de disco del IMac no podía grabar. <<Me sentí como un estúpido – reconoció Jobs-. Pensaba que habíamos perdido una oportunidad. >>

                Pero en lugar de limitarse a alcanzar a los demás actualizando la unidad de disco del IMac, decidió crear un sistema integrado que transforme toda la industria musical. El resultado fue la combinación de ITunes, la tienda de ITunes y el IPod, que permitía a los usuarios comprar, compartir, gestionar, almacenar y escuchar su música mejor de los que habrían podido hacerlo con otros dispositivos. Tras el gran éxito del IPod, Jobs pasó poco tiempo deleitándose. En vez de eso, empezó a preocuparse por las amenazas que pudieran ponerlo en peligro. Una posibilidad era que los fabricantes de teléfonos móviles añadieran reproductores de música en sus aparatos. Por lo que decidió canibalizar las ventas del IPod mediante la creación del IPhone. <<Si no nos devoramos a nosotros mismos, lo hará otro>>, afirmó.



Extraído del libro "Steve Jobs - Lecciones de liderazgo" - Walter Isaacson