A lo
largo de su vida, Albert Einstein tuvo un némesis, un enemigo, su eterno
competidor. Es sabido que Albert no se le daba bien con la mecánica cuántica,
materia de la cual Niels Bohr era
exponente. Este y el físico judío siempre competían. Einstein le planteaba un
problema, y Bohr se mataba por descifrar si dicho planteo contenía un error.
Después de minutos, horas y a veces hasta días de analizar el desafío,
encontraba una incoherencia y se la comunicaba a su contrincante. Einstein con
una sonrisa en su rostro decía: -jaja claro, como no lo he visto y lo
felicitaba.
Luego
de la muerte del genio Alemán, hubo inconvenientes con que había que hacer con
su cuerpo, pero más problemas se presentaron a la hora de la pregunta < ¿Qué
hacemos con su cerebro?>. Era probablemente el legado más importante que nos
dejó, y que este quede sepultado bajo tierra o que sea cremado con el resto del
cuerpo era una idea que a nadie le parecía cuerda. Después de días de
discusión, de muchas infusiones, discusiones, y hasta llorisqueo de las mentes
más sabias del globo llegaron a la conclusión de que el cerebro sería la nueva
atracción del museo de física más grande del mundo, el cual sería construido en
Hawái. ¿Cuántos físicos había en Hawái en esa época? Creo que la respuesta es
un número negativo, y es porque accidentalmente un físico húngaro había
fallecido atragantado con un coco. Luego de los brindis, bailes y juegos de
ábacos fueron a buscar el cerebro de Einstein que se encontraba hasta ese
momento en el refrigerador de la casera del hotel de la esquina, pero alguien
se lo había robado.
Las
malas lenguas, esas que solo llevan y traen, dicen que el que se quedó con el
cerebro fue Bohr. El propósito de este no era que el cerebro sea estudiado por
científicos por ser uno de los más inteligentes de la historia. Por esos
tiempos, las licuadoras eran una sensación, y se podía ver los carteles de las
famosas más lindas de Hollywood posando junto con estos nuevos aparatos. Los
pronósticos comentaban que sería el regalo más repetido en los árboles de esa
navidad, y así fue como al no tan joven Bohr, le regalaron su primera
licuadora. Es que la tía de Niels se sentía un poco mal por regalarle unos
calzoncillos largos cada navidad, y es por eso que le pareció una excelente
idea obsequiarle una licuadora primera generación acompañada por un típico
agarre de cachetes navideño. Bohr, encantado por su nuevo electrodoméstico,
tuvo una excelente idea (o por lo menos para él). Conseguiría el cerebro de su
ex enemigo, y todas las mañana se haría un batido de bananas, frutillas,
huevos, leche y una parte del cerebro del genio. Si bien Albert siempre había
sido origen de frustraciones para él, sabía que la inteligencia del creador de
la teoría de la relatividad era superior a la suya.
El
objetivo era el de encontrar una teoría que unifique todos los campos de la
física, es decir, lograr lo que Einstein no pudo hacer durante los últimos años
de su vida y de alguna manera, lograr ganarle, aunque esto lo hiciese con la
ayuda del alemán.
Su plan
estaba muy bien diseñado, y según sus cálculos, el cerebro le alcanzaría para
realizar 365 licuados. Por lo que tendría un año para poder resolver la teoría
que tanto añoraba Einstein. Pasaban los días, las semanas, los meses y Bohr no
se sentía más sabio. De a poco se fue marginando de sus seres queridos y
comenzó a ocultarse en su despacho. La gente que concurría a visitarlo, se
encontraba con la puerta cerrada y con ninguna persona del otro lado quien le
responda. Algunos, aquellos que se quedaban horas pegados a la puerta para que
abra, comentaron que podían escuchar los pasos de Bohr, que iban de un lado al
otro a un ritmo perfecto como si estuviera calculándolos. Otros informan que de
vez en cuando se lo escuchaba repetir una y otra vez: -Einstein, Einstein,
Einstein, Einstein.
Claro
está que Bohr salía de su cuarto, para ir al baño y también para comer, y
obvio, para realizar sus licuados cada mañana. Pero siempre se las ingeniaba
para hacerlas cuando nadie estaba merodeando su hogar.
Finalmente,
su dotación de Albert para realizar los licuados se le agoto. Se miró al
espejo, miro todos los garabatos que había hecho durante todo el año en sus
pizarras, contemplo sus manos, sus dedos, su uñas, su palma. Dirigió sus ojos
al techo y grito el insulto más grave que existe acompañado del nombre del
físico más grande de todos los tiempos. Había desperdiciado un año
innecesariamente y lo sabía, no cambio en nada, era el mismo pero más viejo,
más gordo, más loco por culpa del encierro.
De a
poco, fue volviendo a su vida normal, a relacionarse con las personas, volvió a
la sociedad. Bohr explico su intento de encontrar una teoría que unifique todos
los campos como lo busco Einstein, y también explico lo que hizo para hacerlo.
Le dijo a la prensa mundial que había robado el cerebro de Einstein, y pidió
disculpas por hacerlo, alego no estar en sus cabales cuando lo hurto. Durante
los siguientes meses después de ese hecho, Bohr recibió una serie de demandas,
y todo tipo de amenazas. Pero comenzó a pasar tiempo con la familia, a
prepararle licuados a su tía. Aquellos que lo conocían antes del año en el cual
se marginó, veían un Bohr más humano. Este que era famoso por ser un
cascarrabias y malhumorado, empezó a
hacerles bromas a sus amigos. Comenzó a gustarle los niños y hasta se compró un
loro para su hogar, al que le puso “Berstein”. Siempre solitario, inició a
frecuentar con mujeres, y hasta logro formalizar una relación con una de ellas.
Día
tras día, Bohr se fue olvidando de su obsesión por Einstein y de las ganas que
tuvo de vencerlo en épocas anteriores. Su recuerdo del físico se fue
desvaneciendo hasta una mañana en la cual, al despertar y al ver su silueta en
el espejo del baño se quedó perplejo al ver que su rostro tenía un bigote lleno
de pelos blancos, desprolijo y espeso que no dejaba ver sus labios. Y el pelo,
tenía una cabellera abundante y aparatosa con pelos que ibas en direcciones
opuestas: -Que pasa?- Se preguntó así mismo. Pero de alguna manera, esperaba
que este día llegase. Por fin esos licuados lograron lo que tanto pretendía. El
aspecto de Albert Einstein y su forma de ser se apoderaron del perfil de Bohr
de tal manera que esa persona dejo de serlo.
A pesar
de la excitación que esto le producía, esta llegaría a su fin cuando tuvo que
ir a juicio por las demandas en contra de él. Después de varios meses de idas y
vueltas, subió como testigo la dueña del refrigerador del cual se robó el
cerebro del genio. En un ataque de sinceridad, la señora Exclamo: -Perdón!,
Perdón!, pero en realidad el cerebro de Einstein no es el que se robó el Señor
Bohr.
-¿Y en
donde está el verdadero cerebro de Albert Einstein? – le pregunto el juez.
- La
verdad es que lo reemplace por un kilo de chinchulines pegados con pegamento.
Era idéntico al cerebro! – lo lamento la dueña llorando.
-Pero
señora, ¿Dónde está el genuino?
- Lo
tiene mi hijo en el cuarto. Es que ¿Sabe su señoría? Él es fan de Einstein, y
dándole el cerebro pensé que tal vez, lo estaba motivando a que estudie, y
¿Quién dice? Por ahí ser como Einstein.
Después
de lo ocurrido, Bohr quedo libre de toda culpa, pero nadie lo volvió a ver.
Quienes suponen su paradero dicen que se encuentra encerrado en el baño de un
hostel en Ipanema, Copenhague, en Hungría mirándose al espejo repitiendo:
-Einstein, Einstein, Einstein…