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domingo, 3 de enero de 2016

El cerebro de Einstein


                A lo largo de su vida, Albert Einstein tuvo un némesis, un enemigo, su eterno competidor. Es sabido que Albert no se le daba bien con la mecánica cuántica, materia de la cual  Niels Bohr era exponente. Este y el físico judío siempre competían. Einstein le planteaba un problema, y Bohr se mataba por descifrar si dicho planteo contenía un error. Después de minutos, horas y a veces hasta días de analizar el desafío, encontraba una incoherencia y se la comunicaba a su contrincante. Einstein con una sonrisa en su rostro decía: -jaja claro, como no lo he visto y lo felicitaba.

                Luego de la muerte del genio Alemán, hubo inconvenientes con que había que hacer con su cuerpo, pero más problemas se presentaron a la hora de la pregunta < ¿Qué hacemos con su cerebro?>. Era probablemente el legado más importante que nos dejó, y que este quede sepultado bajo tierra o que sea cremado con el resto del cuerpo era una idea que a nadie le parecía cuerda. Después de días de discusión, de muchas infusiones, discusiones, y hasta llorisqueo de las mentes más sabias del globo llegaron a la conclusión de que el cerebro sería la nueva atracción del museo de física más grande del mundo, el cual sería construido en Hawái. ¿Cuántos físicos había en Hawái en esa época? Creo que la respuesta es un número negativo, y es porque accidentalmente un físico húngaro había fallecido atragantado con un coco. Luego de los brindis, bailes y juegos de ábacos fueron a buscar el cerebro de Einstein que se encontraba hasta ese momento en el refrigerador de la casera del hotel de la esquina, pero alguien se lo había robado.

                Las malas lenguas, esas que solo llevan y traen, dicen que el que se quedó con el cerebro fue Bohr. El propósito de este no era que el cerebro sea estudiado por científicos por ser uno de los más inteligentes de la historia. Por esos tiempos, las licuadoras eran una sensación, y se podía ver los carteles de las famosas más lindas de Hollywood posando junto con estos nuevos aparatos. Los pronósticos comentaban que sería el regalo más repetido en los árboles de esa navidad, y así fue como al no tan joven Bohr, le regalaron su primera licuadora. Es que la tía de Niels se sentía un poco mal por regalarle unos calzoncillos largos cada navidad, y es por eso que le pareció una excelente idea obsequiarle una licuadora primera generación acompañada por un típico agarre de cachetes navideño. Bohr, encantado por su nuevo electrodoméstico, tuvo una excelente idea (o por lo menos para él). Conseguiría el cerebro de su ex enemigo, y todas las mañana se haría un batido de bananas, frutillas, huevos, leche y una parte del cerebro del genio. Si bien Albert siempre había sido origen de frustraciones para él, sabía que la inteligencia del creador de la teoría de la relatividad era superior a la suya.

                El objetivo era el de encontrar una teoría que unifique todos los campos de la física, es decir, lograr lo que Einstein no pudo hacer durante los últimos años de su vida y de alguna manera, lograr ganarle, aunque esto lo hiciese con la ayuda del alemán.

                Su plan estaba muy bien diseñado, y según sus cálculos, el cerebro le alcanzaría para realizar 365 licuados. Por lo que tendría un año para poder resolver la teoría que tanto añoraba Einstein. Pasaban los días, las semanas, los meses y Bohr no se sentía más sabio. De a poco se fue marginando de sus seres queridos y comenzó a ocultarse en su despacho. La gente que concurría a visitarlo, se encontraba con la puerta cerrada y con ninguna persona del otro lado quien le responda. Algunos, aquellos que se quedaban horas pegados a la puerta para que abra, comentaron que podían escuchar los pasos de Bohr, que iban de un lado al otro a un ritmo perfecto como si estuviera calculándolos. Otros informan que de vez en cuando se lo escuchaba repetir una y otra vez: -Einstein, Einstein, Einstein, Einstein.

                Claro está que Bohr salía de su cuarto, para ir al baño y también para comer, y obvio, para realizar sus licuados cada mañana. Pero siempre se las ingeniaba para hacerlas cuando nadie estaba merodeando su hogar.

                Finalmente, su dotación de Albert para realizar los licuados se le agoto. Se miró al espejo, miro todos los garabatos que había hecho durante todo el año en sus pizarras, contemplo sus manos, sus dedos, su uñas, su palma. Dirigió sus ojos al techo y grito el insulto más grave que existe acompañado del nombre del físico más grande de todos los tiempos. Había desperdiciado un año innecesariamente y lo sabía, no cambio en nada, era el mismo pero más viejo, más gordo, más loco por culpa del encierro.

                De a poco, fue volviendo a su vida normal, a relacionarse con las personas, volvió a la sociedad. Bohr explico su intento de encontrar una teoría que unifique todos los campos como lo busco Einstein, y también explico lo que hizo para hacerlo. Le dijo a la prensa mundial que había robado el cerebro de Einstein, y pidió disculpas por hacerlo, alego no estar en sus cabales cuando lo hurto. Durante los siguientes meses después de ese hecho, Bohr recibió una serie de demandas, y todo tipo de amenazas. Pero comenzó a pasar tiempo con la familia, a prepararle licuados a su tía. Aquellos que lo conocían antes del año en el cual se marginó, veían un Bohr más humano. Este que era famoso por ser un cascarrabias y malhumorado,  empezó a hacerles bromas a sus amigos. Comenzó a gustarle los niños y hasta se compró un loro para su hogar, al que le puso “Berstein”. Siempre solitario, inició a frecuentar con mujeres, y hasta logro formalizar una relación con una de ellas.

                Día tras día, Bohr se fue olvidando de su obsesión por Einstein y de las ganas que tuvo de vencerlo en épocas anteriores. Su recuerdo del físico se fue desvaneciendo hasta una mañana en la cual, al despertar y al ver su silueta en el espejo del baño se quedó perplejo al ver que su rostro tenía un bigote lleno de pelos blancos, desprolijo y espeso que no dejaba ver sus labios. Y el pelo, tenía una cabellera abundante y aparatosa con pelos que ibas en direcciones opuestas: -Que pasa?- Se preguntó así mismo. Pero de alguna manera, esperaba que este día llegase. Por fin esos licuados lograron lo que tanto pretendía. El aspecto de Albert Einstein y su forma de ser se apoderaron del perfil de Bohr de tal manera que esa persona dejo de serlo.

                A pesar de la excitación que esto le producía, esta llegaría a su fin cuando tuvo que ir a juicio por las demandas en contra de él. Después de varios meses de idas y vueltas, subió como testigo la dueña del refrigerador del cual se robó el cerebro del genio. En un ataque de sinceridad, la señora Exclamo: -Perdón!, Perdón!, pero en realidad el cerebro de Einstein no es el que se robó el Señor Bohr.

                -¿Y en donde está el verdadero cerebro de Albert Einstein? – le pregunto el juez.

                - La verdad es que lo reemplace por un kilo de chinchulines pegados con pegamento. Era idéntico al cerebro! – lo lamento la dueña llorando.

                -Pero señora, ¿Dónde está el genuino?

                - Lo tiene mi hijo en el cuarto. Es que ¿Sabe su señoría? Él es fan de Einstein, y dándole el cerebro pensé que tal vez, lo estaba motivando a que estudie, y ¿Quién dice? Por ahí ser como Einstein.

                Después de lo ocurrido, Bohr quedo libre de toda culpa, pero nadie lo volvió a ver. Quienes suponen su paradero dicen que se encuentra encerrado en el baño de un hostel en Ipanema, Copenhague, en Hungría mirándose al espejo repitiendo: -Einstein, Einstein, Einstein…