“Estar en el ecosistema de Apple podía
resultar tan sublime como entrar en uno de los jardines zen de Kioto que tanto
le gustaban a Jobs”
Jobs
sabía que la mejor forma de alcanzar la sencillez era asegurarse de que el hardware,
el software y los periféricos se encontrasen firmemente integrados. Un
ecosistema de Apple –un iPod conectado a un Mac con un software de iTunes, por
ejemplo- hacía posible que los dispositivos fueran más sencillos, la
sincronización más fluida y los fallos, menos frecuentes. Las tareas más
complejas, como crear nuevas listas de reproducción, podían llevarse a cabo en
el ordenador, lo que permitía que el IPod contase con menos funciones y
botones.
Jobs
y Apple asumían la responsabilidad completa de la experiencia del usuario, algo
que muy poca compañías hacen. Desde el funcionamiento del microprocesador ARM
del iPhone hasta la compra del teléfono en una tienda Apple, todos los aspectos
relacionados con la experiencia del cliente estaban estrechamente unidos. Tanto
Microsoft en la década de los ochenta como Google en los últimos años han
mantenido un enfoque más abierto que ha permitido que varios fabricantes de
hardware utilicen sus sistemas operativos y su software. En ocasiones, ese
modelo de negocio ha demostrado ser mejor, pero Jobs creía fervientemente que
esa era la receta para crear (por emplear su término técnico) productos de
mierda. << La gente está muy atareada – decía-. Tienen cosas mejores que
hacer que preocuparse de cómo integrar sus ordenadores y dispositivos. >>
Parte
de la obsesión de Jobs por responsabilizarse de lo que él llamaba <<el
paquete completo>> era fruto de su personalidad, que era muy controladora.
Sin embargo, también obedecía a su pasión por la perfección y por crear
productos elegantes. Le entraba urticaria, o algo peor, cuando veía cómo se
utilizaba el fantástico software Apple en un hardware insulso de otra empresa,
y era igualmente alérgico a la idea de que aplicaciones o contenidos que no
hubieran sido aprobados previamente pudieran contaminar la perfección de un
dispositivo de Apple. Este enfoque no siempre rinde el máximo beneficio a corto
plazo, pero en un mundo lleno de aparatos chapuceros, mensajes de error
inescrutables e interfaces irritantes, sí que daba lugar a sorprendentes
productos caracterizados por una grata experiencia del usuario. Estar en el
ecosistema de Apple podía resultar tan sublime como entrar en uno de los jardines
zen de Kioto que tanto le gustaban a Jobs, y ninguna de las dos experiencias se
lograba rezando en el altar de los códigos abiertos o dejando que crecieran un
millar de flores. A veces es agradable estar en manos de un obseso del control.
Extraído del libro "Steve Jobs - Lecciones de liderazgo" - Walter Isaacson
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