La noche esta
despejada y la temperatura ha calmado. Ubicado en la terraza veo como la luna
brilla sobre las tejas de una casa que parece deshabitada. El calor fue intenso
durante todo el día y mi cabeza se encuentra abombada. El calor me pone de mal
humor. Las hojas de las plantas de las masetas no sufren movimiento alguno
debido a la inexistencia de viento. Las paredes son coloridas como si estuviese
en un lugar turístico, en caminito, en algún lugar cuya imaginación de Benito
Quinquela Martin ha generado en su adolescencia, donde las creaciones son más
accesibles, donde las esperanzas aún se encuentran frescas como aquel banco
pintado de blanco con el cual me he manchado antes de una cita con aquella
chica que me gustaba tanto. Es curioso, siempre he pensado que aquella chica
era mucho para mí, pero mi sentencia fue mi perdición. Ella gustaba de mí, y
con pasos temerosos alcance a besarla, pero después de unos segundos se dio
cuenta de que estaba sencillamente analizando cada paso que daba, forzando mi
dialogo. Fue como si lo hubiese percibido, como si lo hubiera olido. Luego de abrazarme,
me miro con la cara que las personas ven a los mendigos y se fue. ¿Pero qué pretenden
que exija? Si por esos tiempos yo era un cachivache que utilizaba el hígado más
que otro órgano del cuerpo, y no precisamente por injerir comida chatarra. Era
todo un premio besar a mujer de tal talla, tan fina, tan pretendida por otros.
Era más chica que yo, llevaba unos jeans tiro alto dejando saber al mundo las formas
de su cadera. Era tendencia de esa época mostrar la panza, a lo que los viejos
como yo respondíamos con una desenfrenada atención. -Estamos chapado a la
antigua – Les decía a mis compañeros. Es que cuando yo tenia la edad de ella
las mujeres no mostraban tanta piel. Tener la posibilidad de posar la palma de
mi mano derecha sobre esa cadera debiera estar dentro de mis momentos sublimes,
como les dije, soy un cachivache. Imagínense cuál fue mi sensación cuando pude
besarla. Es una pena que no me haya dado cuenta que mi mayor premio fue el
menor de ella, pues ella buscaba algo más y yo había dado todo por algo que ya había
ganado antes de empezar. Lo peor de todo fue que nadie me haya visto con tal
hermosura, porque, aunque no le dé importancia, los hombres vivimos de nuestra
virilidad. Vivimos de lo que dicen los demás, de nuestras anécdotas y de la forma
en que las exageramos. Estaba seguro que me había visto mi compañero de salidas
nocturnas, pero al mencionárselo, me lo negó. Comienzo a dudar que la haya besado,
por ahí de tanto pretenderlo lo he imaginado. Pero sin dudas, esa mujer no tiene
nada que envidiarles a las chicas con muchos followers, ella es aun mejor. De
una cosa tengo certeza, aunque sea verdad o no, solo con su presencia me ha
inundado de esperanza, me ha rejuvenecido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario