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jueves, 14 de febrero de 2019

Historias de Buenos Aires


                 Estar con ella me hace sentir muy especial sinceramente. Nunca me ha pasado algo parecido, nunca he sentido que alguien este verdaderamente pensando en mí la mayoría del tiempo, y al mismo tiempo nunca nadie me ha llamado tanto la atención como ella. Soy una persona de gustos rebuscados y de confianza maltratada. Mis preferencias son cambiantes. No me gustan las cosas por un tiempo prolongado, sin embargo, la personalidad de ella me atrapa día a día, como si fuese un yacimiento de petróleo, pero en este caso no sería un recurso no renovable. O eso es lo que pienso yo.
                Algunos dicen que para amar hay que odiar, y que para experimentar un sentimiento definitivamente hay que sufrir el sentimiento opuesto. ¿Qué pasaría si les cuento que todo lo bueno de los momentos con ella tienen como contrapartida momentos de sufrimiento permanente? ¿Que prefieren? ¿Estar siempre en estados grises donde las sensaciones no son netamente puras? Es decir, uno ama, pero no tanto, uno sufre, pero no tanto o ¿Prefieren disfrutar al máximo y disfrutar y sufrir los momentos como si no hubiese segundas chances, como si cada uno de ellos fuesen determinantes?

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                Para aquel día de San Valentín había planeado todo con mucha cautela. Había elegido con antelación la ropa que iba a usar, el perfume, los zapatos. Tres semanas antes de esta fecha tan especial había reservado una mesa para dos personas en el restaurante más lujoso de Palermo. Dicho restaurante brinda sus servicios hoy en día y pertenece a la familia de los llamados “restaurantes escondidos”. La particularidad de este es que se encuentra en el sótano de una florería, la cual da a la calle. Una vez que uno esta en el interior de la florería debe acercarse al sector de las azucenas y allí, al sentir el bello aroma de las mismas, se abre una puerta que da al restaurante. El interior es de Época, con cuadros de los mejores artistas de los siglos pasados. Algunos llegaron a decir que los verdaderos cuadros no se encuentran en los museos, sino allí en el restaurante.
                Se levantó bien temprano, una hora mas temprano de lo común. Se bañó, se afeitó, se hizo un peinado con una cera alemana especial que compro en la peluquería que usualmente visitaba, y se preparó un rico desayuno. Le mando un mensaje a su pareja deseándole el mejor día de los enamorados y le dijo de ir al restaurante que usualmente iban en San Telmo.  De esta manera sería una sorpresa lo del restaurante en Palermo. Ella le contesto de la misma manera y le expreso sus deseos de estar con el en ese mismo momento. Esta muestra de cariño le dio más alegría de la que tenía. Al llegar a la oficina, se sentó en su escritorio y se coloco los auriculares en sus oídos. No quería interactuar con nadie, no quería que nadie pudiese cambiar el humor que tenía. Solo quería que llegara la hora de ver a su enamorada y disfrutar de la noche. Pero, lamentablemente para este enamorado, al mediodía recibió un requerimiento del jefe del jefe de su jefe. Del cual nunca había escuchado ni una sola palabra. Este le había pedido un reporte para mandarles a la sucursal en Angola. El reporte debería estar listo para el final del día si o sí. Al momento de recibir el pedido pensó que no sería difícil realizar aquel deporte, pero a medida que pasaban las horas se dio cuenta de que si no aceleraba la recopilación de información se tendría que quedar varias horas después del horario normal. Así y todo, en el momento en que todos sus compañeros se levantaron para culminar su día laboral, todavía le faltaba la mitad del trabajo. Le envío un mensaje a su pareja y se quedó algunos segundos con los ojos perdidos.  Tristemente agacho su cabeza y con un suspiro profundo se dio ánimos para motivarse y así terminar el reporte lo antes posible.
                Eran las 8 p.m.  y no había nadie en el edificio. Al salir estaba el personal de seguridad mirando una serie que en su momento estaba de moda. La reserva para el restaurante era a las 9:30 p.m. y como era muy demandado, solo se aceptaba una demora de 10 minutos. De no llegar a tiempo, perderían la reserva. Si bien su novia había comprendido la postergación de la cita, él había presentido que algo estaba mal. Corriendo por la calle se dispuso a llegar al tren de las 8:20 p.m. Sin embargo, al llegar a la estación, le dijeron que la misma estaba clausurada ya que estaban refaccionando por las noches. Las agujas de su reloj marcaban las 8.24 p.m. pero su celular decía 8:26 p.m. Su única esperanza era tomar un colectivo que iba para la casa de su novia y rogar que no le tocase el chofer que manejaba como si estuviese en un país de primer mundo. El gordo cacho, que le pesaban hasta los parpados. No arrancaba la marcha del vehículo hasta que todos estaban sentados, y abría la puerta después de 10 segundos de parado el colectivo.
                A media cuadra de la parada vio que el colectivo estaba por llegar y se encontraba esperando luz verde para pasar el semáforo. Cuando vio en su interior, vio que el gordo Cacho estaba al volante, -por lo menos voy a alcanzarlo – pensó para sus adentros. Redujo el paso, aunque para su sorpresa, al momento de arrancar, el gordo cacho piso el acelerador de tal forma que parecía que estuviese compitiendo en una carrera. Cuando se percató que en la parada no había personas con la intención de tomar ese colectivo, comenzó a correr como si estuviese corriendo por su vida. Al ver que no llegaba, comenzó a gritar: - ¡CACHO¡, ¡¡CACHOOOO!!- pero no alcanzo. Cacho se fue tan rápido como nunca se lo había visto en toda su carrera como chofer de colectivo. Aquella misma noche, chocaría contra un local de preservativos hiriendo solo a una persona, el mismo.
                Todo estaba perdido, se sentía tan avergonzado que no encontraba palabras para explicarle a su prometida que no llegaría. Estaba transpirado, despeinado y desprolijo. Tenía la cara demacrada por todo el trabajo que había realizado durante el día y apenas podía pensar a causa del dolor de cabeza producido por el estrés. La impotencia lo abrazo y lo acobijo y sin saber cómo reaccionar, solo encontró solución en un contenedor de residuos. Con todo su odio, golpeó con todas sus fuerzas el depósito de basura de una patada, por desgracia adentro estaba durmiendo un indigente. El mismo salió del contenedor con un palo de madera en la mano, lo miro a la cara y le dijo: ¡Feliz San Valentín Cariño!

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