Boris
Borins
Nieri es un feo chico de los alrededores de Bogotá, en Colombia. Tiene 20 años
y con ayuda de su padre pudo mudarse a la capital. Siempre fue una persona muy
inteligente, pero no para decidir sobre qué le gustaba en realidad, o por lo
menos no lo supo hasta hace un par de años cuando descubrió que se sentía cómodo
escribiendo historia. El único impedimento que tenía, era que sus padres
estaban orgullosos de él por elegir la carrera de economía. Dado que ellos lo
ayudaban económicamente en su vida, se sentía culpable de que esta no fuera su
profesión natural. Es por eso que él
continuaba con la carrera de economía para alimentar el orgullo de sus padres
por él.
La
cuestión es la siguiente, Boris conoce a esta chica, no sé ni su nombre, era rubia,
alta, delgada, una modelo. Uno pagaría para poder verla, pero ningún
representante se había percatado de ello. Son de esas chicas con las que al
diablo le gusta marearnos en determinados momentos de nuestras vidas. ¿Ya dije
que Boris era feo cierto? Bueno, la cosa es que esta chica se enamora de él,
como de la nada. Claramente, él, teniendo las orejas más grandes que la cabeza,
cae profundamente enamorado también. Se
ven todo el tiempo, él va a la casa de ella, ella a la casa de él, se llaman
por teléfono, se besan apasionadamente en los semáforos, el sexo es genial,
como en todos los primeros meses de las parejas primerizas. En fin, Boris
empieza a creer en la felicidad. Pero de repente Pum! La chica desaparece,
Boris la busca por todos lados, una, dos, tres semanas y no hay novedades de
ella. Boris deja todo, la carrera de economía, deja de escribir, y sólo come
dos sándwich de miga. Uno a las 18:30 hs y el otro a las 05:00 hs.
Su
comportamiento extraño llama la atención de sus vecinos y de sus padres, a
quienes no les atiende las llamadas. El problema es que nadie, ningún familiar,
compañero vio a la chica alguna vez. Nadie sabe su nombre, ni de dónde venía.
Boris comienza a pintar. Sólo pinta retratos de ella, por todos lados, en las
paredes, en los cuadernos, hojas sueltas, cualquier lugar en el que pueda
pintar. Se vuelve una obsesión. La pinta de mil maneras diferentes. En cada pintura, la chica tiene los mimos
lunares como si estuvieran calculadas por el más conocido matemático. -Amigo, estas pinturas van a salir una fortuna
dentro de unos años. Imagínate, la nueva Gioconda que dibujo un loco solitario
de Colombia.
-¿Pero qué
paso con Boris?
-Luego
de todos esos retratos, un vecino que fue a visitarlo porque estaba preocupado
por Boris, vio todo el departamento con las imágenes de la chica y llamo a unos
especialistas. Lo dieron por loco, y lo internaron. Acabe siendo su psicoanalista.
La verdad es que el chico me tomo cariño y como muestra de ese afecto, me
regalo algunos cuadros. Los aprecio mucho, sé que tengo oro en mis manos.
- Es
una historia grandiosa, algún día me gustaría ver algo de ese loco.
- ¿Seguro?
Porque tengo un par de cuadros en mi auto. ¿Te gustaría verlos?
- Sí,
claro. Me gusta mucho el arte.
Se
dirigen al vehículo, el psicoanalista abre el baúl y les muestra los cuadros.
-Tenes
razón, los lunares están exactamente en el mismo lugar en cada pintura. Esto es
una obra de arte.
-Mira,
no soy de hacer estas cosas, pero ¿Queres uno?
-Se
vería muy bien en mi living pero no, no. No me merezco que me regales tan genialidad.
Gracias por el gesto.
-Es que
me caes muy bien, tomá uno… si no queres que te lo regale, entonces, cómpramelos.
Míralo bien, mira como no se notan los trazos de los pinceles. El loco aplicaba
una fina capa de pintura y deslizaba el pincel tan despacio y con tan cuidado
que no se sabe si es una foto o una pintura.
-Sólo
tengo unos cuantos billetes en mi billetera…
-Está
bien por mí.
Se
produce el trueque y el comprador se aleja en dirección a su auto para
marcharse en el mismo. El psicoanalista retorna al bar tambaleándose y el
comprador logra ver esto. Piensa por dentro que se aprovechó de un borracho
indefenso y le agarra culpa. Deja la pintura en la parte trasera del auto, se
acomoda en el asiento del conductor, enciende el motor, y mira por última vez
al borracho entrando en el bar. El
borracho se detiene y saluda a unos hombres que lo cruzaron. Y estos le
devuelven el saludo con un: -Hey Boris ¿Cómo andas?-
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