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miércoles, 6 de abril de 2016

Monumentos

               A lo largo de la historia de la humanidad han existido
personas que han sobresalido sobre el resto. Personas que han
trascendido y serán recordadas por la eternidad. De alguna manera,
para premiar su inmortalidad, se han ubicado estatuas en las
diferentes ciudades del mundo donde se los muestra  con su postura más
representativa.

               ¿Pero acaso usted sabe cuál es el origen de las
estatuas? He aquí la respuesta:

               Ubicación Argentina. Año 1815. El general Martin
Auseabundo lideraba las tropas de un joven Juan Manuel de Rosas, el
cual todavía tenía granos en la cara producto de su adolescencia. Por
aquella época, se veía a los colorados como un regalo de los Dioses.
Como el joven Rosas poseía un tono rojizo en sus cabellos, o por lo
menos eso se hace notar en los billetes de 20 pesos de la república
Argentina, le delegaron una tropa desde muy temprana edad. Juan Manuel
de Rosas, alias rulo, era hijo de Juan Petunia y Margarita Stol Bi
Clavel. ¿De qué porque Rosas tenía ese apellido si ninguno de los
padres lo tenía?  Pues no me pregunten a mí, yo no conozco como se
manejaba el registro civil por aquella época… en realidad ahora
tampoco lo sé. La cuestión es que Martin era el mejor amigo de Rulo, y
como era 20 años más grande, prometió defenderlo siempre ante
cualquier agresión.

                En ese tiempo, el peor trabajo que existía era ser
jinete. Es decir estar en un caballo durante todo el día. No era bueno
para la espalda, promovía el sedentarismo de los que estaban arriba
del caballo, y los médicos decían que aquellos que cabalgaban todo el
día, tenían que bajarse del caballo por lo menos cada una hora para no
dañar la postura cervical.  Los primeros años de Martin fueron
gloriosos. Cada batalla peleada, era una batalla ganada. Pero lo que
tenía de triunfador, también lo tenía de terco.  Poco a poco, Martin
empezó a sentir un pequeño dolor en la espalda. Ignorándolo, continúo
peleando por el amor que le tenía a su amigo. El dolor continuaba, y
al dolor de espalda y cuello, se le agrego un dolor de cabeza. Martin
se sentía mareado la mayor parte del día y no entendía cuál era la
causa de esos dolores.  Después de muchos regaños de su mujer, visito
al médico del pueblo.

               Doctor: -Martin, me temo decirte que estas
contracturado. Y que tu trabajo es el principal motivo de esto. No es
solo la postura. Según los análisis de sangre, tenes el cortisol por
las nubes. El estrés está ayudando a que tengas toda la parte cervical
como una piedra.

                Martin: -Bueno doctor. ¿Qué hago? ¿Me tomo un ibuprofeno?

               Doctor: -NO no no, todavía no se ha inventado el
ibuprofeno en esta época. Como primera opción, tendrías que dejar de
montar a caballo. Pero sé que es mucho pedirte. Por el momento te voy
a enviar a hacer 10 sesiones de kinesiología y vemos cómo evoluciona
todo.

               Pero Martin no hizo caso. Continuaba peleando, y
pasando la mayor parte de su vida arriba del caballo. El dolor de
cabeza se hacía cada vez más notorio, y notaba como el trapecio, los
hombros y el cuello se iban entumeciendo. Cada vez le costaba más y
más moverse con agilidad. La tensión avanzaba, y no hacía nada para
frenarlo. Su mujer estaba muy preocupada, pues cada día tenía que
verlo ponerse hielo en la nuca mientras se lamentaba por su dolor de
espalda. –Vas a quedarte duro como una piedra!- le decía todos los
días.

               Un día de otoño, bajo la primera caída de hojas de la
temporada. Martin estaba defendiendo la imagen de su amigo Rulo contra
un tal cornudo Saavedra. Según las malas lenguas, Cornudo le había
dicho a Rosas “Colorado yeta”. Y esto hizo llorar a Rosas como nunca
lo había hecho. Y aunque no haya pruebas, se hace correr la bola que
ese día el joven Juan Manuel se pelo la cabeza.

               El viento soplaba en ambas direcciones, y levantaba
las hojas hasta marearlas. Todos los ciudadanos del pueblo asistieron
al evento (La mayoría se había enterado por un evento creado en
Facebook) Por culpa de su calva, Rulo lo estaba mirando desde su
terraza. La esposa de Martin se encontraba a un costado, con las
lágrimas pidiendo permiso para salir. La esposa de Cornudo no se
encontraba en el duelo y muy poco saben de su paradero. Se chequearon
todas la fuentes posibles pero no se logró ubicarla (salvo el
carnicero, a quien tampoco se pudo ubicar)  Los dos hombres se
encontraban enfrentados. El duelo estaba decidido. El primero que
parpadease, perdía.  Luego de 72 horas, el ojo derecho del cornudo de
Saavedra hace señas de que se va a cerrar. Con todas su fuerzas logra
abrirlo del todo de nuevo, pero la el esfuerzo que hizo lo puso en
evidencia. Auseabundo controlaba la situación, hasta que una ventisca
acudió del lado derecho de su espalda. Martin se retorció, y se puso
de rodillas. Su cabeza se estiro para atrás y su boca demostraba el
dolor. Con el último aliento grito el nombre de su mejor amigo
pidiéndole que lo perdone por no haber ganado esta batalla. La
ventisca entumeció por completo a Martín dejándolo en cuclillas,
mirando al cielo con la mano derecha apuntando a la terraza donde se
encontraba Juan Manuel. A pesar de todos los intentos de su esposa por
reavivarlo, no hubo caso. Martin se había quedado duro.

               En conmemoración, Juan Manuel lo llevo al centro de la
ciudad y lo cerco para que nadie pueda tocarlo. Con esta acción surgió
la primera estatua. Y de allí en más,  todos los jinetes que se
quedaban duros por padecer la mal postura de estar todo el día arriba
del caballo han sido conmemorados y puestos en plazas, parques,
museos, etc…

***********

               Me pregunto quienes serán las grandes estatuas del
futuro. Es muy probable que el chofer de un colectivo, o de un taxi, o
los que atienden en el subte, los cajeros de bancos, de supermercado,
los oficinistas o vaya a saber quién.  Puedo imaginarme al primer
chofer de colectivo en quedarse tieso en medio de la plaza principal
de algún país.

               De todos modos, se me parte la cabeza, y no puedo
girar la cabeza para la izquierda... creo que prefiero no trascender y
sentirme bien. Mañana falto al trabajo y voy a ver aquella bella
masajista con esos dedos mágicos de los cuales haría una estatua.

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